«¿Seguro que te vas?»
Todavía recuerdo el color exacto de tus ojos y el peculiar sabor de tu beso en mi boca mientras me hacías esa pregunta. Aunque sabía muy bien que quería responderla rotundamente agarrándome a tu cuello, aquel día me limité a marcharme por donde había venido. Cerebro 1-Corazón 0.
En realidad, no. En realidad el partido había empezado mucho antes y a esas alturas yo ya iba perdiendo por goleada. Empezó concretamente cuando entraste en aquel bar como si nada, como si no pretendieras absorberme el corazón con tu extraño magnetismo.
Tuve que seguirte y, no sé muy bien por qué, tú dejaste que fuera yo la que lo hiciera, y no otra. Compartimos noche y algún tipo de misteriosa fuerza que se fue haciendo más grande en los siguientes días. No sé, quizás fue todo cosa mía y mientras a mí me crecía el amor, a ti te crecía la desidia. Quizás tengas razón y todo lo nuestro pasó porque a mí me vino en gana.
¿Pero qué hay de ti? ¿De qué te escondes? ¿Qué habita tu pecho? No niegues que me deseas más allá de lo que se puede desear la carne. Tengo testigos: tu cuerpo y el mío. Toda mi alma y quizá un trozo de la tuya. Ellos siempre nos veían fundiéndonos a fuego lento justo un instante antes de que una tormenta de excusas lo apagara todo.
Luego llegó ese café, ¿te acuerdas?, que había empezado la noche antes y terminó la de después. Desde ese día fuimos inseparables, pero siempre que nuestras pieles no se rozaban, a ti se te metía un «no» entre ceja y ceja. Un «sí, pero no», mejor dicho, que nos ha perseguido todo el tiempo.
Qué rabia me da. Que no tengas nada claro, que desaparezcas y no me veas. Que me mandes lejos a hacer mi vida. Que intentes decidir por mí y anticipes portazos que yo no quiero dar. Que digas que yo no soy tu tipo como si tú fueras el mío. Como si el amor tuviera tipo, o cuerpo, o forma alguna.
Más rabia aún siento cuando sé que yo te quiero. Que me siento a salvo cuando te huelo en la atmósfera del que fue nuestro refugio, ansiando tanto que aparezcas como que no vuelvas a hacerlo nunca más. Qué rabia cuando noto que entre mi estómago y el tuyo hay algo que une, que ata, que suma y nos mantiene cerca aunque estemos lejos. Qué rabia más grande cuando pienso que quizás, sólo quizás, todo lo que siento sea más mío que de los dos.