30 de diciembre. Me besas, te beso y me quedo pensando… que en buen lío me he metido. Tu boca sabe a un sueño cumplido, uno que ni siquiera había soñado antes. Finjo que todavía no sé si llamarlo amor, pero en realidad, lo sé, el amor es lo que sucede cuando dos ríos se juntan.
Cuando se juntan dos ríos se hace fuerte la corriente. Lo dice Maldita Nerea y lo digo yo. Después de este beso ya no hay nada mío (sólo mío), ni nada tuyo (sólo tuyo). Como el agua cuando se mezcla, no hay manera de saber qué gotas son de quién. Somos y ya está. Vamos (en la misma dirección) y ya está.
30 + 1. Ayer dijiste que te ibas y hoy mi resaca no puede ser más agridulce. Quiero exprimir las horas y tu piel, quiero atrasar relojes y aplazar miedos. Quiero decirte que te vayas feliz, que sueñes y vueles alto, sin que me duela nada en el pecho.
Enero. Febrero. Un poco de marzo. Días y noches. El caudal del río crece. El amor y la música, también. Porque no sé de dónde has salido, toda una vida sin verte. Seguimos fabricando una red de recuerdos que nos salve de la caída cuando ya no podamos probarnos los labios cada día. Y a pesar de todo, estoy aprendiendo a creer cada día un poco más. Creo en todo lo que no veo: en el futuro a tu lado, en tu sonrisa de agosto, en un final feliz. Creo en que la felicidad se ha cansado de darme la espalda. Creo en que tú la has rescatado para mí. Creo en tu sonrisa por encima de todas las cosas.
17 de marzo. Te acabas de ir, y aún no tengo ni idea de lo que la distancia es capaz de hacerme. Dentro de mí algo llora y algo ríe. Siento que te tengo un poco menos, pero sé que te tienes un poco más. A veces, hasta soy capaz de sonreír imaginando que te coso unas alas para que vueles todo lo lejos que te haga falta para ser feliz. Tus pasos son mis pasos. Todo lo que conquistes, lo habré conquistado yo también.
Abril trae el cambio a la ciudad, que nunca me pareció tan apagada en primavera. Las flores están en blanco y negro, y yo las pinto de colores sacándole punta a cada una de tus frases, a las fotos que me mandas y a cada pequeña variación en tu tono de voz. Las farolas bailan sevillanas cuando te escucho al otro lado del teléfono, pero el asfalto deja de ser hierba cuando cuelgas y te pierdo hasta otro rato. Pero yo no dejo de soñar, porque cuando se juntan dos ríos…
Inglaterra. Siete días. Cielos plomizos y fuego bajo las sábanas. No es ni medianamente raro volver a rozarte. Me llamas “bruja” y otras tantas cosas más y yo… yo me deshago lentamente con cada mirada, con cada latido, con cada pestaña a contraluz. No sé qué tienes, pero a tu lado siento que hace sol todos los días. Y es que el sol lo tengo dentro. Lo perseguí hasta el Guadalquivir, donde me esperabas tú, y ahora los dos me alumbráis allá donde vaya.
Julio arde, y con él mis ganas de verte otra vez. De volver a despertar contigo y a olvidarme de desayunar. Floto un poco cuando rememoro nuestra semana feliz, y vuelvo al suelo cuando la ola de calor me recuerda que falta demasiado para el invierno. Exactamente aquí, entre el suelo y el cielo, te espero y me desespero. Exactamente aquí, y no allí, sigo creyendo que tu sonrisa es la solución a todos los enigmas.
Te espero. Pienso en ti y en antes de septiembre, cuando éramos solo dos ríos separados. Menos mal que las leyes naturales están de nuestra parte y que tuvimos que encontrarnos de camino al mar. Desde entonces, el horizonte es nuestro. El futuro, más.
Te espero aquí, con tu sol en el alma y tu huella en el cuerpo.