20 de enero

20-de-enero

Pensé que era un buen momento. Por fin se hacía realidad y… y ya sabes cómo sigue. Supongo que todavía recuerdas el primer día que me cantaste esa canción con el alma asomando por los ojos y el corazón en la mano derecha. Lo del alma y el corazón es posible que lo hayas olvidado, pero te juro que yo lo vi. Entonces, aquello me pareció la mejor señal de que tú eras un enviado. Te habían puesto ahí, a tan sólo unos pasos de mí, para probarme que el amor valía la incertidumbre, el vértigo y también la pena.

Así que sí, después de que tú, mi prueba hecha carne, me persiguieras durante un tiempo gritando futuro, decidí que podía ser un buen momento para parar el presente y dedicarte la cuarta o quinta hoja de un libro un tanto enrevesado. Las primeras páginas fueron de cuento, ¿verdad? Qué de risas, qué bonito y transparente todo. Y sobretodo tú. ¿Y tu risa? Cualquier tentación de salir corriendo la disipó tu horrible y estridente risa. Era como tú, tan abierta y fluorescente, tan alegre y precipitada. Me acostumbré a ella igual de rápido que a ti y a tus chistes malos. Qué malos eran. Qué poca gracia. Cómo te quería.

No me extraña que ella también te quisiera, que no te hubiese olvidado o que le costara tanto hacerlo. No sabes cuánto y cómo la entiendo. Pero fue injusto, muy injusto que viniera a buscarte a mi corazón. Cuando me contaste que había vuelto pensé que podría, simplemente, enfadarme y dejar de quererte, o que quizá podríamos reírnos juntos de lo inoportuno de la vida, o incluso que nos perderíamos un poquito y luego nos lo encontraríamos todo de nuevo.

Yo no sé qué pasó ni cómo lo hizo, pero ella consiguió sacarme de ti con la facilidad de quien arranca el pétalo de una flor con los dedos índice y pulgar. Ni siquiera sé por qué te lo cuento, tú sabes mejor que yo lo que ocurrió, dónde metiste el amor, los chistes malos, la risa horrible y los desafines. Dónde quedaron las campanas de nuestro “20 de enero” y las promesas cumplidas que, a poquitos, me convencieron de ti.

Yo lo que conozco bien es lo que pasó conmigo, por si lo quieres saber. Te cuento, por si algún día pensaras en volver, que el corazón se me quedó siniestro total, que la mente ha estado gritándome “tonta” desde entonces y que aquel último miércoles, yo solita me escribí en la frente las dos palabras que mejor me definían: “daño colateral”.

Te explico también que ya empiezo a verlo todo un poco distinto. Que, quién sabe, puede que el daño colateral siempre fueras tú. O nosotros. A lo mejor tenía que aprender a creer en el amor antes de encontrarlo para siempre. No lo sé, pero en la próxima carta que te escriba y que no leas, la siguiente a esta, puede que te diga que yo sí quería quererte o morir pero que ahora, ya sólo quiero quererte… o vivir.  Quizás la acabe con un “gracias por quitarme el amor y regalarme la vida”.  Sí, quizás lo haga.

Comenta lo que quieras

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s